Cuarta ausencia.
I
Esta vez te esperaré en el casco antiguo de la ciudad. Hay casas y sus balcones. Adoquines. El sol parece pendular mientras mi carro avanza. El sol es mordido por dientes de tejas. Me iré de este país y nunca regresaré.
Llego a una fonda. Me acomodo bajo los bordes de un techo que me sirve de sombrerón. Cruzo las piernas. Solíamos venir aquí por las frituras.
Un dependiente joven se acerca. Sonriente él. Qué desea, dice. Tengo ganas de hacerlo mi hijo – mi abuela, mi madre, yo, él -, y decirle: cuando entre una vez más en este restaurante popular, cuando vuelva a sentarme aquí y cruce las piernas, cuando haga otra vez esto que he hecho hoy, rétame, demuestra que me he convertido en una mentira.
-Un café con leche.
Se va.
Si te presentaras en estas citas, me habría vaciado delante de ti. Solo para despedirme. Me las habría ingeniado para darte el mar que rompe a unos pasos de donde estoy. O para controlar las estrellas de la noche que hubieras escogido. Tuve la fuerza, aun la tengo. Y contigo la conservaría. Debes aceptar cualquiera de estos obsequios ahora, cuando todavía tengo inocencia suficiente para confiar. Se me agota por segundos. Mis fuerzas se acaban.
Cierro los ojos otra vez, e imagino que sigues explicándome tus razones. Si antes pude alucinar tu proemio, este podría ser el primer capítulo, los antecedentes de lo medular.